Ensayo sobre los instantes

Recuerdo tu lunar y veo la torre Eiffel brillando en la noche fría

Tus ojos me llevan a recorrer la historia; veo el mar mediterráneo, a los árabes en España, en Andalucía, caminando por las calles de Baeza.


Tu acento fue mi debilidad; lo recuerdo en dos ascensores, en un casino, en una estación de trenes, en una crepería.


Cuando pienso en tu boca pienso en Trocadero. En el vino que tomamos bajo el resplandor de la Torre Eiffel, el contacto de nuestros labios y la intermitente luz de los flashes turistas. 


Tu pelo me transporta al subte parisino. Recuerdo dos estaciones: Pyramydes y Corvisart, en donde te besé antes de bajar.


Siento tu perfume, beso tu cuello y te agarro de las manos, la alfombra del cuarto de hotel es testigo de un encuentro anhelado, en donde no existen colonias ni reinados.


Tu nariz colorada por el frío me lleva a la siguiente dirección: Rue Poulletier 7. Te besé sabiendo que era probable fuera la ultima vez. Fue el fin de los instantes felices extendidos en el tiempo. No hubo muchas palabras, fue un reconocimiento mutuo al final de una historia de amor, efímera pero intensa. Nos abrazamos, sentí tu cara fría y ví tu nariz colorada. Te besé de nuevo y me aleje por la calle adoquinada, cuando me di vuelta vi  la puerta de la residencia cerrada. 


Puedo viajar cada vez que quiero, con los ojos abiertos o cerrados, a cada encuentro consumado. Fue gracia del destino habernos encontrado.


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